Aquí va la nota editorial de la revista Arcadia, a propósito de la
exposición de Bodies. Dice que no hay un solo cuerpo de mujer en la muestra
pues quien la trajo decidió que los cuerpos de los hombres y las mujeres son
iguales y que lo único que valía la pena mostrar de las mujeres era el
útero. Una buena crítica hace la revista Arcadia sobre la fragmentación del
cuerpo de las mujeres. Allí les dejo...
EDITORIAL
El útero
En la muy publicitada exposición de Bodies, que ha estado en Medellín y
llega ahora a Bogotá, no hay un solo cuerpo de mujer. Ya lo dijo la
periodista Mónica Quintero en una nota breve, correcta pero un tanto
timorata, en El colombiano. En esa nota, el responsable de la muestra -a
quien en vano intentó contactar Arcadia durante varios días-, se defiende
asegurando que si bien no hay cuerpos enteros, sí hay órganos que "dan
cuenta de la historia femenina". Y es verdad, créanlo o no las lectoras,
¡hay un útero! Bravo. Eso es la mujer. Su historia se resume en eso: en una
matriz paridora. Sobre todo en esta relamida cuna del machismo que es
Colombia. Tal vez lo más interesante de esta curiosa oda a la fragmentación
del cuerpo femenino es que reitera algo a lo que están triste y amargamente
acostumbradas las mujeres: la idea de su propio cuerpo se mira y se vive y
se sufre por pedazos. Y así se construye en el inconsciente colectivo: decir
mujer es decir tetas, culos y vagina.
El resto -es decir, un cuerpo entero, único, voluptuoso o flaco,
individual-, pues para qué mostrarlo si, como dicen los importadores de la
muestra, es igual al del hombre... Hay algo profundamente equivocado en la
intención de minimizar este hecho vergonzoso. Lo pone muy bien en contexto
Shankar Vedantam, el escritor de temas científicos del diario Washington
Post. Él acaba de publicar en Estados Unidos el libro The Hidden Brain [El
cerebro escondido]. Según el autor, acuñó el término para describir las
influencias inconscientes en nuestra vida cotidiana. Todo lo que nos influye
de manera determinante pero de lo que no somos conscientes. Para él, "el
cerebro tiene mecanismos inconscientes, pero esas asociaciones que hacemos
están moldeadas por la cultura, por la historia personal y por las personas
con quienes socializamos". Si en los Estados Unidos la gente es racista, por
ejemplo, no es debido a la biología sino a la cultura. Y es cierto que a
muchos niños (el público mayoritario en la exhibición de Bodies) se les dice
en el colegio que el machismo es malo.
Pero es que el cerebro escondido no siempre aprende lo que se le enseña
verbalmente. "Podemos enseñarle a la gente -dice Vedantam- que ciertas
actitudes son buenas o malas, pero eso poco altera los procesos del cerebro
escondido. Es un sistema mucho más elemental que aprende por repetición y
argumentos ciegos y por medio de asociaciones. Si un niño está viendo
televisión, por ejemplo, el cerebro escondido está asimilando cómo funcionan
las figuras de autoridad. Cuando un niño llega a la edad de dos o tres o
cuatro años, ya ha sido testigo de miles de asociaciones de este tipo". Por
eso es tan grave que en esa exposición no haya cuerpos femeninos. Si -como
alegan las directivas- los cuerpos de hombres y mujeres son prácticamente
iguales, podrían haber traído entonces solo cuerpos femeninos. Pero ¿se
imagina el lector lo que se hubiera armado en ese caso? Muy seguramente, los
mismos empresarios que han invertido en el proyecto se hubieran negado si la
oferta de la empresa que comercializa mundialmente la exposición de Bodies
hubiera sido esa: traer a Colombia solo cuerpos femeninos. De hecho, también
sería absurdo. Queremos decir, exactamente igual de absurdo que traer solo
cuerpos de hombres. Porque cuando los niños van a ver esa exposición,
ataviados de guías escolares y maestros que les insistirán que el tarso, el
metatarso y el dedo son iguales en hombres y mujeres, al ver solo cuerpos de
hombres, estarán ratificando para sí, de manera poderosa e inconsciente, que
el varón es el modelo, el cuerpo perfecto, el discurso anatómico ejemplar.
La mujer, ya sabemos, lo de siempre, la metáfora más antigua de la
humanidad: apenas una costillita flotante, desobediente, misteriosa,
pecadora e imperfecta.
Qué aburrimiento que en pleno siglo xxi todavía se tengan que escribir estas
cosas. Qué aburrimiento que todavía se tenga que decir que no. Que el cuerpo
de la mujer es otro, y que su anatomía se mira de cuerpo entero y no
troceada, pedaceada, picada y fragmentada, por una de sus muchas funciones
biológicas. La gran bailarina norteamericana Martha Graham afirmó que el
cuerpo decía cosas que las palabras no pueden decir. Los pedazos de cuerpos
también hablan. Algún filósofo dijo que el cuerpo humano, de hombres y de
mujeres, es más profundo que el espíritu, y sus secretos, más inescrutables.
Hay que protestar por este estúpido útero de alquiler. Su solitaria
exposición ofende.
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