30-10-2008
Leyla Zana nace en la región kurda del sureste de Turquía. Durante los años 80, mientras iba de prisión en prisión para ver a su esposo encarcelado por posicionarse a favor del pueblo kurdo, se convirtió en la voz de las mujeres de los presos del régimen turco. Durante los 90, llevó su perspectiva feminista a la creación del periódico Yeni Ülke, publicación acosada y finalmente cerrada por la censura. En 1991, durante un breve periodo de apertura, fue posible que un parlamentario kurdo fuera elegido para la legislatura turca. Leyla Zana recibió el 84% de los votos de su distrito, convirtiéndose en diputada y en símbolo de la lucha por la paz, el respeto de los derechos de la población kurda y el diálogo entre kurdos y turcos. Fue acusada de traición en 1994 por sus discursos contra la persecución a los kurdos, y encarcelada. Desde la prisión escribió múltiples artículos que la justicia turca usó para ampliar su condena, mientras el Parlamento Europeo le concedía el premio Sajarov a los derechos humanos. En junio de 2004 es liberada después de que la Corte Europea de Derechos Humanos dictaminara que durante el juicio contra ella se habían quebrantado las disposiciones del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales. En los días de su liberación, la Unión Europea iniciaba el debate sobre el posible ingreso de Turquía en su seno. Hace tan sólo unos meses, Leyla Zana ha vuelto a ser acusada bajo la ley antiterrorista por un discurso pronunciado durante la festividad kurda del Nevruz.
Malalai Joya es un ejemplo de que los refugiados no son una carga para los países de acogida, sino una apuesta por el futuro democrático del mundo. Esta diputada salió de Afganistán como refugiada a los cuatro años. Vivió con su familia en un campo de refugiados de Irán y de allí se trasladó a Pakistán, donde terminó sus estudios. Volvió a Afganistán en 1998 y enseguida se convirtió en una tenaz opositora de los talibanes. Daba clases a mujeres clandestinamente y fundó un orfanato y una clínica. Es líder de una ONG (OPAWC) que trabaja por los derechos de las mujeres y la democracia en su país. Malalai Joya es también la diputada más joven de Afganistán, pero no puede cumplir con su trabajo porque ha sido expulsada del Parlamento tras exigir que sean procesados los miembros del Gobierno que han cometido graves delitos. El Parlamento afgano, en lugar de atender sus denuncias respaldadas por las organizaciones internacionales de derechos humanos, la ha amenazado de muerte. Sin embargo, ella sigue denunciando que Afganistán se encuentra en manos de criminales y corruptos, ahora con la connivencia de Estados Unidos. Por eso pide que se presione a los gobiernos que tienen tropas en Afganistán, entre ellos España, para que apoyen a los partidos y organizaciones democráticas en el país, en vez de seguir la senda abierta por las tropas estadounidenses.
Mención de honor para el padre Jeròme
El jurado ha decidido otorgar una mención de honor a la labor realizada por el sacerdote nigeriano Jeròme Otitoyomi Dykiya en la Misión Católica de Nouadibú, que él dirige y en la que se apoya a los migrantes que llegan a la ciudad, casi siempre después de un largo viaje a través de otros países. Pese al alto índice de migraciones en el Africa del Oeste, existen pocos centros que se ocupen de acoger y apoyan a los migrantes en tránsito hacia otros destinos, o que llegan buscando una vida más digna. El centro que dirige el padre Jeròme es una excepción. En él, los migrantes reciben formación en idiomas, alfabetización, informática, contabilidad o cocina, y encuentran apoyo a iniciativas de economía social para crear microempresas o cooperativas mediante microcréditos. En la Misión también se ha creado un registro de las personas que llegan, lo que permite conocer sus perfiles, las condiciones en sus países de origen, los objetivos que se plantean al migrar, sus expectativas de futuro. Pero además del apoyo para mejorar las habilidades y oportunidades de los migrantes, el padre Jeròme ofrecer otro apoyo fundamental: la solidaridad. En un recorrido migratorio lleno de puertas cerradas y humillaciones, el padre Jeróme siempre tiene una puerta abierta con independencia del origen, género o religión del que llega.
El premio Bandrés
CEAR y la Fundación CEAR entregan anualmente el Premio Juan María Bandrés a personas o instituciones que hayan destacado por su trayectoria en la defensa del derecho de asilo y la ayuda a los refugiados y los desplazados internos. Este galardón, junto con la Medalla Nansen que otorga el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), es de los pocos reconocimientos que reconocen el trabajo solidario a favor de los más de 40 millones de refugiados y desplazados internos que existen en el mundo.
En anteriores ediciones han sido premiados Enrique Figaredo, jesuita y obispo de Battambang (Camboya), por su labor con las víctimas de las minas antipersona; Margueritte Barenkitse, directora de Maison Shalom en Burundi, por su trabajo por la convivencia étnica y el ciudado de miles de niños víctimas de la guerra; Javier Giraldo, sacerdote colombiano, por su compromiso con los más de tres millones de desplazados internos de Colombia; Suzy Castor, historiadora haitiana y ex refugiada, por su lucha por la democracia en Haití; Aminattou Haidar, emblemática defensora de los derechos de los saharauis, y Salah Salah, presidente del Comité de Refugiados del Consejo Nacional Palestino y una de las personas que más ha trabajado por el retorno de los cinco millones de exiliados palestinos.
Los premios de esta edición, representados en la escultura La espiral del viento de Martín Chirino, serán entregados en la primavera del 2009.
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