Abrazos,
Ana María
Jul 2009 -
La operación sirirí
Por: Rodrigo Uprimny
CASI TODOS LOS COLOMBIANOS COnocen la 'Operación Jaque'. Pero muy pocos saben que desde hace 25 años se desarrolla en nuestro país una operación discreta pero que ha requerido coraje, constancia y dignidad enormes: la "operación sirirí".
Esta operación nació en 1984, más precisamente el 4 de octubre de 1984, cuando la señora Fabiola Lalinde empezó a buscar a su hijo, Luis Fernando, quien había desaparecido el día anterior.
Durante los días, las semanas y los meses siguientes, Fabiola buscó. Recibió apoyos valiosos, en especial de sus hijos, del presidente del Comité Permanente de Derechos Humanos de Antioquia, Héctor Abad Gómez, y del juez de instrucción criminal, Bernardo Jaramillo Uribe, que investigó inicialmente el caso en forma diligente y valerosa. Se logró así establecer que Luis Fernando había sido detenido por una patrulla militar.
Fabiola preguntó entonces a las autoridades militares, con decencia pero con firmeza y reiteración, qué había pasado con su hijo. Pero no obtuvo muchas respuestas; o más precisamente, la respuesta fue en general hostil.
Pero Fabiola no se amilanó. Tampoco desfalleció cuando Héctor Abad y el juez Jaramillo fueron asesinados en 1987 y 1989, respectivamente. Continuó durante años con su esfuerzo constante, firme y pacífico, por recuperar a su hijo desaparecido. Y por ello, con el humor y la agudeza que la caracterizan, Fabiola decidió bautizar esa búsqueda como la "operación sirirí".
Según nos explicaba, el sirirí es un ave pequeña, que persigue a los gavilanes que se llevan sus pollitos; el sirirí es tan insistente en su persecución, que muchas veces el gavilán suelta a los pichones. El sirirí ha sido entonces para Fabiola el símbolo de esa lucha constante de una madre por recuperar al hijo que le fue arrebatado.
Su insistencia, y el apoyo de su familia y de organizaciones de Derechos Humanos, nacionales e internacionales, y de algunos funcionarios dignos, lograron que la verdad saliera a la luz. Como lo constató la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que condenó a Colombia por este caso, Luis Fernando Lalinde fue torturado por la patrulla militar que lo detuvo, y luego fue ejecutado y enterrado como guerrillero abatido en combate. Los mal llamados "falsos positivos" no son tan recientes.
Once años después de su desaparición, sus restos, luego de ser encontrados e identificados, fueron entregados a su familia; Fabiola pudo finalmente inhumar a su hijo en noviembre 1996. Los 4.428 días de búsqueda habían terminado. Pero no por ello Fabiola descansó.
A pesar de las evidencias protuberantes contra los militares que asesinaron a Luis Fernando, el caso sigue en la impunidad total. Fabiola y su familia luchan entonces para que haya justicia. Y también acompañan a otras familias de secuestrados y desaparecidos pues saben la importancia de la solidaridad en estos casos. Su hija, Adriana, quien es artista, ha creado hermosas esculturas que expresan la importancia de esos vínculos.
Tuve la oportunidad de conocer a Fabiola y Adriana hace muchos años y tengo claro que son personas admirables y especiales. Su dolor y su resistencia son únicos e irrepetibles. Pero en cierta medida su caso también simboliza el dolor y la lucha de muchas otras personas, que han debido enfrentar el drama de que sus familiares sean secuestrados, asesinados o desaparecidos. Por ello, en homenaje a estas víctimas y a estas luchas dignas, deberíamos pensar en una suerte de operación sirirí generalizada frente a todos los atropellos que persisten en Colombia.
* Director del Centro de Estudios de Derecho Justicia y Sociedad, DeJuSticia (www.dejusticia. org ) y profesor de la Universidad Nacional.
Durante los días, las semanas y los meses siguientes, Fabiola buscó. Recibió apoyos valiosos, en especial de sus hijos, del presidente del Comité Permanente de Derechos Humanos de Antioquia, Héctor Abad Gómez, y del juez de instrucción criminal, Bernardo Jaramillo Uribe, que investigó inicialmente el caso en forma diligente y valerosa. Se logró así establecer que Luis Fernando había sido detenido por una patrulla militar.
Fabiola preguntó entonces a las autoridades militares, con decencia pero con firmeza y reiteración, qué había pasado con su hijo. Pero no obtuvo muchas respuestas; o más precisamente, la respuesta fue en general hostil.
Pero Fabiola no se amilanó. Tampoco desfalleció cuando Héctor Abad y el juez Jaramillo fueron asesinados en 1987 y 1989, respectivamente. Continuó durante años con su esfuerzo constante, firme y pacífico, por recuperar a su hijo desaparecido. Y por ello, con el humor y la agudeza que la caracterizan, Fabiola decidió bautizar esa búsqueda como la "operación sirirí".
Según nos explicaba, el sirirí es un ave pequeña, que persigue a los gavilanes que se llevan sus pollitos; el sirirí es tan insistente en su persecución, que muchas veces el gavilán suelta a los pichones. El sirirí ha sido entonces para Fabiola el símbolo de esa lucha constante de una madre por recuperar al hijo que le fue arrebatado.
Su insistencia, y el apoyo de su familia y de organizaciones de Derechos Humanos, nacionales e internacionales, y de algunos funcionarios dignos, lograron que la verdad saliera a la luz. Como lo constató la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que condenó a Colombia por este caso, Luis Fernando Lalinde fue torturado por la patrulla militar que lo detuvo, y luego fue ejecutado y enterrado como guerrillero abatido en combate. Los mal llamados "falsos positivos" no son tan recientes.
Once años después de su desaparición, sus restos, luego de ser encontrados e identificados, fueron entregados a su familia; Fabiola pudo finalmente inhumar a su hijo en noviembre 1996. Los 4.428 días de búsqueda habían terminado. Pero no por ello Fabiola descansó.
A pesar de las evidencias protuberantes contra los militares que asesinaron a Luis Fernando, el caso sigue en la impunidad total. Fabiola y su familia luchan entonces para que haya justicia. Y también acompañan a otras familias de secuestrados y desaparecidos pues saben la importancia de la solidaridad en estos casos. Su hija, Adriana, quien es artista, ha creado hermosas esculturas que expresan la importancia de esos vínculos.
Tuve la oportunidad de conocer a Fabiola y Adriana hace muchos años y tengo claro que son personas admirables y especiales. Su dolor y su resistencia son únicos e irrepetibles. Pero en cierta medida su caso también simboliza el dolor y la lucha de muchas otras personas, que han debido enfrentar el drama de que sus familiares sean secuestrados, asesinados o desaparecidos. Por ello, en homenaje a estas víctimas y a estas luchas dignas, deberíamos pensar en una suerte de operación sirirí generalizada frente a todos los atropellos que persisten en Colombia.
* Director del Centro de Estudios de Derecho Justicia y Sociedad, DeJuSticia (www.dejusticia. org ) y profesor de la Universidad Nacional.
Rodrigo Uprimny
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